Creíamos que no llegábamos, pero tras subir y bajar unas colinas y después de kilómetros con indicios claros de civilización (puedes creer que exagero, pero resulta extraño ver tantas casa juntas despues de varios días cruzando campos sin apenas encontrar gente ni siquiera pequeñas ciudades, solo aldeas de unos pocos habitantes) llegamos al casco urbano de Santiago y, tras una leve subida, allí estaban: Las torres de la catedral. Nuestra aventura estaba alcanzando su fin. El momento estaba próximo y el pulso se iba acelerando. A pesar del cansancio, parece que andábamos más deprisa y tras recorrer las calles de la ciudad y adentrarnos en el casco antiguo, apareció ante nosotros. El sentimiento era indecriptible y la emoción ocupaba todo mi cuerpo. Después de 22 días y 1200 Kms había llegado a mi meta, había llegado a la catedral y estaba dejando la mochila en el empedrado suelo de la plaza del Obradoiro para después cruzar la puerta del templo, asistir a la misa del peregrino y sentir cómo el incienso que provenía de Botafumeiro inundaba todos mis sentidos y me hacía sentir que el trabajo ya estaba hecho, que todo el esfuerzo había terminado, mi preregrinación estaba acabada y mi promesa... cumplida.
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